¿Qué es la regulación emocional? ¿Es lo mismo la regulación que el control? ¿Cómo puedo gestionar mis emociones para lograr la regulación? ¿Qué sucede cuando siento que no logro regularme?

Muchas veces podemos ver en nuestros pacientes (y en la vida en general) que suelen tener un conocimiento muy acotado respecto de las emociones, tendiendo a realizar una diferenciación de ellas en dos grupos: por un lado, las emociones positivas, donde destaca preferentemente la alegría y, por otro, las emociones negativas, con un número más amplio de ellas y donde se incluyen la ira, el miedo, la aversión…

Las emociones son parte de la vida humana, nos conforman, informan y dan señales de lo que sucede. De este modo, gran parte de nuestro trabajo en consulta y del proceso psicoterapéutico se enfocará en la psicoeducación respecto de las emociones, su utilidad, la capacidad de reconocerlas y nombrarlas, la gestión y la regulación de ellas.

De este modo, podemos destacar que las emociones son parte fundamental en nuestro día a día, nos dan luces respecto de lo que sucede a nuestro alrededor y dentro de nosotros, todas ellas tienen una utilidad e implican la posibilidad de movernos o paralizarnos y todos los puntos intermedios que podamos imaginar entre el bloqueo absoluto y la máxima actividad. Pero, ¿cómo ejemplificarlo? ¿cómo explicarlo desde lo cotidiano? ¿cómo psicoeducar?

Lo primero sería tener una base clara (aunque no inflexible) respecto de lo que entendemos por emociones, por ejemplo, utilizando una clasificación básica podemos identificar las emociones primarias y su sentido vinculado a la supervivencia a partir algunos ejemplos:

  • Alegría: dirigida a promover la afiliación. Sensación de bienestar, relajación, soltura, energía base disponible para el movimiento y la exploración. Su expresión, referida al “rostro sonriente y amable” suscita el acercamiento.
  • Tristeza: enfocada hacia el logro de la reintegración. Sensación de cansancio, falta de energía, inmovilidad. El hacerse pequeño desde la tristeza permite volver a conectar e informa al otro de la necesidad de contención y apoyo.
  • Miedo: relacionado fuertemente con la protección. Movimiento en el que el cuerpo reacciona ante la amenaza con uno o todos los elementos de la tríada lucha-escape-paralización. Entrega la información de que se está preparado para responder ante la situación/objeto/otro que provoca inicialmente el temor. 
  • Ira: asociada a la autodefensa. Energía que parece desbordarse, calor, corazón acelerado. Informa de que la posibilidad de cercanía se encuentra imposibilitada.
  • Aversión: dirigida a la activación del rechazo. Alejamiento corporal general con gesto tenso especialmente en torno a la zona de la boca y nariz. Indica que lo que se presenta como objeto de aversión puede ser dañino, no convence, algo molesta y el mantener la distancia es lo mejor.
  • Sorpresa: asociada a la exploración inmediata. Aunque suele identificarse como emoción primaria, algunos autores la definen más como un reflejo de orientación, sin carga afectiva inicialmente pero que luego toma una valencia más “agradable” o “desagradable” según sea la situación que le sigue. Hay un sonido no esperado y el cuerpo se “pone en alerta inicial” para luego, al identificar el origen y características del sonido responder, por ejemplo, con alegría si es alguien a quien esperábamos o con temor si el sonido fue producido por un desconocido. De este modo, la sorpresa podría “transformarse” en la emoción primaria que le sigue de acuerdo con la situación vivida.

Respecto de las emociones secundarias, es relevante el hecho de que suelen estar más mediadas socialmente, se organizan en base a las primarias y se encuentran altamente influenciadas por el medio. Entre las más citadas podemos encontrar el orgullo, la culpa, la vergüenza, la admiración. En las emociones secundarias, dada su mayor organización desde el medio social en el que se desenvuelve la persona, podemos observar que su expresión dependerá del grupo en el cual se encuentre la persona, qué vivencia y expresa la emoción. De este modo, la culpa, el orgullo, la envidia, la admiración, la vergüenza y otras serán evaluadas como adecuadas o inadecuadas y, por lo tanto, serán fomentadas o censuradas según el momento, el lugar y las personas que se encuentran en ese medio.

Una vez que podemos reconocer la existencia del amplio abanico emocional que nos mueve, la importancia de cada una de las emociones y el papel fundamental que cumplen en nuestras vidas, ¿cómo logramos la regulación? ¿cómo se inicia esta gran tarea vital?

En los primeros momentos de nuestras vidas como seres humanos, la regulación se suele lograr desde la relación con otro significativo que es capaz de percibir las señales emocionales que se le envían y responder coherentemente a éstas. En el caso de un bebé que llora podemos ver que la madre (u otro cuidador significativo) al oír el llanto prestará mayor atención, buscará identificar qué es lo que sucede y se preguntará ¿tiene hambre? ¿sueño?  ¿frío? ¿necesidad de compañía? Al ser capaz de leer que, en el llanto, existe una necesidad que debe ser satisfecha, se acercará y buscará cubrir lo que se encuentra en déficit. Si el bebé tiene hambre, le alimentará, le tomará en brazos, le acunará, le cantará… a fin de cuentas, le nutrirá tanto en lo físico como en lo emocional. El bebé aprenderá a regularse junto a otro que le calma y le muestra que la expresión de la emoción es lícita y útil, que la expresión del llanto cuando tiene hambre le lleva a la satisfacción de esa necesidad, se calma con el otro, en una tarea de a dos. Y, así, con las distintas emociones, el miedo, la ira (enojo), la aversión (rechazo), la alegría, es donde el bebé aprenderá una relación entre lo que siente, lo que expresa y lo que sucede con ese otro significativo que “puede leerle, puede verle en la necesidad de sobrevivir, le comprende y protege”.

La coherencia y la constancia en la respuesta adecuada del cuidador a las necesidades del bebé será fundamental en el proceso de aprendizaje respecto de la regulación de las propias emociones, se regula al recibir una respuesta emocional regulada, se calma al recibir una respuesta calmada. Este proceso durará años y, poco a poco, pasará de la regulación con el otro presente a la regulación con el otro internalizado, ese saber que, aunque el cuidador no esté está (o estará pronto) con seguridad respecto de la propia capacidad de supervivencia.

Ahora bien, en el caso de que las respuestas y/o cuidados entregados no se correspondan con las necesidades del bebé, que sean impredecibles o definitivamente no se presenten, este aprendizaje respecto de la regulación emocional se verá amenazado. No habrá seguridad ni certezas respecto de las propias capacidades para pedir ni de la disponibilidad del otro para cubrir necesidades básicas. El bebé no podrá aprender la relación emoción – expresión de la emoción – respuesta adecuada y coherente del cuidador y tenderá también a la incoherencia en sus expresiones (en una especie de ensayo y error…por si acaso el otro responde adecuadamente) y la falta de constancia, a la desregulación. En fin, la regulación emocional del bebé y niño está estrechamente ligada a la capacidad de regulación y respuesta del otro, la madre, el cuidador significativo, su figura de apego.    

En conclusión, hemos visto un poco acerca de las emociones y la regulación de las mismas en los primeros meses y años. Como sabemos, este aprendizaje se extiende desde el primer momento del desarrollo hasta nuestro último instante de vida. Es un proceso largo, complejo, hermoso y que se inicia siempre con otro.

Paula Trujillo

Psicóloga Sanitaria en NB Psicología

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